De lo frío y lo cruel en algunas noches heladas.
Por Angulo Torres Melchisedech.
Si alguien se pregunta a cerca de las consecuencias de la pandemia, y la guerra, sí, seguramente se llegará a que han hecho lo suyo. Aún se debe investigar qué se ha cerrado y qué más tiene que cerrarse; y quiénes están a cargo en las instituciones penitenciarias, por ejemplo, pues se ha decidido poner fin a toda acción tan inmoral como ociosa, tanto en espacios públicos y abandonados.
En tiempos de invasiones, permanecían cerrados (no por poco tiempo) principales accesos a la ciudad, incluyendo en donde hay templos religiosos, museos y casas antiguas, restaurantes, calles muy circuladas, calzadas, etc. Ninguna precaución está de más. Hay momentos de destrucción y otros más para la construcción.
En cuestión de protocolos de prevención y seguridad, ninguna ordenanza que pretenda reconstruir el tejido social y sobre todo proveniente de especialistas es ociosa. Pues está siendo registrado cómo tanto por un lado, la guerra destruye zonas y por otro, la contingencia acaba con la vida de las personas. El primer esposo de mi abuela paterna falleció por el virus a mediados del año pasado.
Nadie puede negar que los gobernantes lleguen a retrasarse en algunos aspectos, así como a pecar de cierto autoritarismo, pero estas son condiciones que, por poner un parámetro, desde Santa Anna han marcado el rumbo de la nación. Tiene que indignarnos toda aglomeración por lo que sucede este tiempo. Y hay que organizar alternativas para la supervivencia de las regiones.
La población misma toma parte de su legítima defensa, cansada de muchas prácticas burocráticas e injusticias; y aún así, nada impidió la operación de Santa Anna, por decir. El sonido que producen las armas no debe hacer algo común el terror, así como no nos sorprenden ya incontables casos de decesos; no se trata sólo de ver caer un rayo en la lluvia, sino esforzarse por prevenirlos y evitarlos.
Aquí, como en la mayoría de las veces, ningún combatiente debería tener derecho a rendirse. Nuestras culturas originarias han demostrado cuán intrépidos y en qué nivel de valentía nos podemos encontrar. Es lo que distingue todo corazón que fue ofrecido. Incansables, los silencios en los niños que corren para buscar el agua que los alimenta y un motivo más para su alegría.