SABERSINFIN
Abel Pérez Rojas
He perdido la cuenta de cuántos años atrás conocí a la brillante escritora argentina
Aurora Olmedo. Quizá seis u ocho.
Ella radicaba en España, yo estaba en condiciones muy diferentes a las de ahora.
Pese a vivir en Europa, Aurora me acercó poco a poco a su amado país.
Fue tan estrecha y cálida nuestra amistad que, no obstante nunca haber visitado a
la hermana nación sudamericana, ni conocernos personalmente, la comunidad de
escritores y artistas marplatenses me recibió como uno de los suyos.
Pese a conocer muy poco de mí, el 29 de noviembre de 2019 en la Biblioteca
Pública Municipal Leopoldo Marechal, integrantes del Centro Escritores Argentinos
y Latinoamericanos (CEAL) sede central con adhesión de la Sociedad de
Escritores de la Provincia de Buenos Aires Argentina (SEP) filial Mar del Plata, me
realizaron un homenaje y extensivamente, a la cultura mexicana.
La distinción fue un gesto muy significativo, desde entonces guardo en un lugar
muy especial este gesto.
Posteriormente, supe que el homenaje fue a propuesta de Marta Videla de
Olmedo –mamá de Aurora Olmedo–, y de la incansable gestora cultural
Esmeralda Longhi Suárez.
Marta me realizó un retrato para aquella ocasión –grabado que años después me
entregara de propia mano en Mar del Plata–, para mi fortuna el evento quedó
grabado íntegramente y está disponible en Youtube
(
https://www.youtube.com/watch?v=xoHaLrDeWlc&t=327s
).
Poco después, Aurora regresó a su amada patria y volvió a estrechar pecho con
pecho el candor de su madre.
Ambas son mujeres extraordinarias, el amor se les desborda por todas partes.
Lo anterior es para contextualizar la enorme alegría que me causó enterarme que
Aurora y Marta –hija y madre–, escribieron un poemario en coautoría, el cual está
próximo a ser publicado.
Más júbilo me causó cuando Aurora –quien ahora es coordinadora de Sabersinfin
en Argentina–, me invitó a escribir el prólogo para el poemario que llevará por
nombre Los días de tu mano.
Con autorización de las autoras adelanto como primicia, el prólogo que escribí
para el libro de próxima aparición.
Aquí la reproducción del texto:
Hay libros que no se leen con los ojos, deben leerse con el corazón; Los días de
tu mano, es uno de ellos.
En Los días de tu mano, Aurora Olmedo y Marta Videla de Olmedo se
encuentran, establecen un diálogo, se funden, se transforman y luego marcha
cada quien llevando a la otra consigo, sabiendo que no son la misma sin su par.
Otredad que no es cualidad del que está enfrente, sino de quien lleva consigo y
para sí al ajeno, a la ajena, que en realidad es sí misma… un yo ampliado.
Proyección cálida del yo, palpitar simultáneo, corazones independientes con vigor
inagotable.
Cuando existen lazos como los que unen a madre e hija –Marta y Aurora–, la
distancia y las circunstancias desaparecen, son cuestiones de segundo orden.
Dice Aurora en A veces salgo a caminar:
Y salgo con el café humeante en el bolsillo, y la tostada en el bolso / arrastrando
en mi descuido, / las tumbas que inauguraron mis abuelos, / la tierra con llagas de
un país en coma, / con la restauración de las alas a cargo de mi madre.
Marta se responde en Ante la pérdida:
La vida es un manantial surgente de ilusiones / cuando te levantas y tomas el
timón de tus vivencias.
El diálogo camina, las curvas trocan en rectas, la fusión es inevitable.
Las autoras recrean el restablecimiento de la comunicación entre la mente y el
corazón, entre el corazón y las plantas de los pies, que descalzos reconocen cada
piedra de su amada patria.
De repente, no estás, te arrasó el viento. / Y no amanece. No puede ser verdad,
digo / ¿quién querría barrer la luz con tanta ligereza? (Ahora que no estás. AO)
Del otro lado, como si se tratase de eco, aparece una voz que secunda:
Mis noches sin sueño te acompañan / en tu habitual insomnio sin paréntesis, /
espectros de la noche en ella danzan / invitando a un profundo, loco éxtasis.
(Buenos Aires mi Ciudad. MVO)
Aurora y Marta, “AuroMar” o “MarAuro”, una sola gema, el frente no tiene por qué
tener anverso.
Dicha de la vida que madre e hija concurran en un poemario para vaciar su carga
y ésta sea espejo para mirarse a los ojos, como aquella vez que Aurora, después
de varios años, regresó de Europa para estar al lado de su madre y reconocer en
silencio que hay valores por los que vale la pena sacrificar lo que las murallas
resguardan.
Insisto, hay textos que deben leerse con el corazón, porque alfabetizan en
dimensiones sutiles, Los días de tu mano, es uno de ellos.
Así léase, con el corazón, porque así está escrito.