Sábado, 30 de marzo de 2024
SEMILLA DEL FUTURO
ARMANDO VALERDI
Una de las características de esta nueva era, es sin duda, la polarización social, Pankaj Mishra
en su libro, “La edad de la Ira”, trata de explicar el origen de la polarización que desde su óptica
existe debido a la gran oleada de odios, causados por la injusticia, la desigualdad y
frustraciones que parecen asolar a nuestro mundo actual. Pankaj Mishra se destaca por su gran
conocimiento de la historia de Asia, y de la historia intelectual de Occidente, lo que le otorga
una autoridad que pocos escritores poseen.
Mishra nos hace ver que la modernidad actual ha entrado en una era en la que el
resentimiento y la ira son inevitables y globales, “Que el mundo occidental se ha fabricado una
historia rosada de la emergencia de su modernidad, según la cual la ciencia y la racionalidad
emergieron como faros de luz en las tinieblas de la edad media, disolviendo viejas creencias y
supersticiones, y enrumbando por el camino del progreso. Las varias revoluciones políticas que
deberían haber procurado un mundo más democrático y provisto de más libertades, que se
deberían haber alcanzado, quedo lejos de ello. Hoy en día, a medida que los radicales
alineados de todo el mundo se unen en masa a movimientos violentos, misóginos sexualmente
transgresores, y las culturas políticas de otros lugares sufren el ataque de demagogos, lo que
ha llevado en años recientes al estallido una violencia salvaje en una amplia franja de
territorio: guerras en Ucrania, Israel y oriente Medio, bombas suicidas en Bélgica, Xianjiang,
Nigeria y Turquia, insurgencias desde Yemen a Tailandia, masacres en Paris, Túnez, Florida,
Dacca y Niza”.
Además, resalta el mundo en guerra, “Las guerras convencionales entre Estados
empequeñecen ante las guerras entre terroristas y contraterroristas, insurgentes y
contrainsurgentes; y además guerras económicas, financieras, cibernéticas, guerras por y a
través de la información, guerras por el control del comercio de drogas y la emigración, y
guerras entre milicias urbanas y grupos mafiosos”. “Los futuros historiadores acaso vean en
semejante caos descoordinado el comienzo de la tercera –y la más extraña- de todas las
guerras mundiales: una guerra que se asemeja, por su ubicuidad, a una guerra civil global”.
Mishra nos deja ver que las fuerzas que operan hoy son más complejas que en las dos guerras
mundiales anteriores. “Violencia que no se limita a ningún campo de batalla o frente
determinado, en forma endémica e incontrolable. Y cada vez está más claro que las elites
políticas de Occidente, incapaces de abandonar su adicción a trazar líneas en la arena, cambiar
regímenes y reconvertir costumbres autóctonas, no parecen saber ni lo que están gestando”.
Dichas elites han contrapesado la perdida de aplomo ante el desafío político del terrorismo
sobrerreaccionando, lanzado campañas militares, a menudo sin molestarse en buscar el
consentimiento de un pueblo amedrentado, y, mientras apoyan a líderes despóticos, hablan sin
cesar de la superioridad de sus propios “valores
Sin duda, el mundo parece más culto, interconectado y próspero que en ningún otro periodo
histórico. Se ha elevado el bienestar medio, si bien no equitativamente; la miseria económica
se ha aliviado en las zonas más pobres de India y China. Se ha producido una nueva revolución
científica marcada por la inteligencia “artificial”, la robótica, los drones, la cartografía del
genoma humano, la manipulación genética y la clonación, una exploración espacial más
profunda, y los combustibles fósiles mediante Fracking.
No obstante, la prometida civilización universal, una civilización armonizada por una mezcla de
sufragio universal, amplias oportunidades educativas, crecimiento económico sostenido,
iniciativa privada y progreso personal, no se ha materializado. Debido a que la globalización,
caracterizada por capitales móviles, comunicaciones aceleradas y rápida movilidad-ha
debilitado velozmente las formas anteriores de autoridad en todas partes, tanto en las
democracias sociales de Europa como en los despotismos árabes, y ha generado una serie de
nuevos e imprevisibles actores internacionales, desde nacionalistas ingleses y chinos, piratas
somalíes, traficantes en seres humanos y hackers anónimos hasta Boko Haram. Las ondas de
choque emanaron de la crisis económica de 2008, del Brexit y de las elecciones presidenciales
norteamericanas de 2016 confirmaron que, como escribió Hannah Arendt en 1968, “por
primera vez en la historia, todos los pueblos de la tierra tienen un presente común”.
En la Era de la globalización “cada país se ha convertido prácticamente en vecino de todos los
demás, y toda persona siente la conmoción de acontecimientos que se producen en el otro
extremo del globo”, ampliado con la comunicación tecnológica actual.
Las mentes malignas del Estado islámico (DAESH), se han dispuesto con particular energía a
utilizar este mundo interdependiente en beneficio propio; en sus manos, internet se ha
convertido en un arma propagandística de devastadora eficacia para la yihad mundial. Pero los
demagogos de todos los colores, desde Recep Tayyip Erdogan en Turquia, pasando por
Narendra Modi en la India y Marine Le Pen en Francia, hasta Donald Trump en estados Unidos,
han pescado en las aguas revueltas del cinismo, el aburrimiento y el descontento. China, si bien
abierta al mercado, parece más lejos de la democracia que antes y más cerca de un
nacionalismo expansionista.
Pero el racismo y la misoginia que regularmente se exhiben en las redes sociales, y la
demagogia del discurso político, revelan ahora lo que Nietzche, menciona en su obra “La
genealogía de la moral”, hablando de los “hombres de resentimiento”, llamó “toda una tierra
temblorosa de venganza subterránea, inagotable, insaciable en exabruptos”. Hay un pánico
ubicuo, que no se parece al miedo centralizado que emana del poder despótico. Es más bien un
sentimiento generado por los medios de información y amplificado por las redes sociales, de
que puede pasar cualquier cosa, en cualquier sitio, a cualquier cosa, en cualquier sitio, en
cualquiera en cualquier momento. La sensación de que el mundo gira sin control está agravada
por la realidad del cambio climático, que hace que el propio planeta parezca asediado por
nosotros mismos. Gracias