Al siglo XX, posiblemente lo podemos considerar hasta ahora como el más notable, durante el cual nos acostumbramos a un asombroso crecimiento económico y a una creciente prosperidad, con un aumento de la población a seis veces más, hasta superar los seis mil millones de personas; también en el incremento del Producto Interno Bruto (PIB) per cápita, que llevo a que hubiera una mejor condición de prosperidad para muchos.
Esta condición hizo que el concepto de crecimiento acelerado y exponencial se arraigara en nuestras expectativas al ver la producción económica de este solo siglo sobrepasaba la de toda la historia anterior. Sin embargo, con la prosperidad también se produjo una mayor polarización. Los ricos se separaron cada vez más de los pobres del mundo. El mismo dinamismo económico y tecnológico que disparo la prosperidad también trajo restructuraciones y ajustes industriales que fueron experimentados desigualmente en las regiones y ocupaciones; incluso en los países desarrollados, muchos fueron víctimas de los choques y fricciones asociados con el crecimiento rápido. Probablemente estas condiciones nos explican el incremento de la violencia, exacerbada por las redes sociales, y que junto con la descomposición social, se presentan como signos de nuestros tiempos, recordándonos el animal que llevamos dentro, de acuerdo al filósofo inglés del siglo XVIII Thomas Hobbes que en su obra El Leviatán (1651) para referirse a que el estado natural del hombre lo lleva a una la lucha continua contra su prójimo, utilizo la frase, El hombre es un lobo para el hombre.
Al respecto Zygmunt Bauman en su libro Retrotopía publicado en 2017, en el capítulo 1 del libro, el encabezado inicia con la pregunta ¿De vuelta a Hobbes?, en el que menciona que “El proceso civilizador que se suponía que el Estado moderno se había encargado de diseñar, llevar a cabo y supervisar se parece cada vez más a como Norbert Elías nos lo presento, es decir, a una reforma de los modales humanos, que no de las humanas capacidades, las predicciones y los impulsos”. Y que “El animal hobbesiano encerrado en el ser humano salió de la reforma moderna de los modales intacto y sin domar, potente, rudimentario, rosco, zafio, grosero y en perfecto estado de conservación: el proceso civilizador solo había conseguido revestirlo de cierta patina o externalizarlo (como cuando la agresividad se transfiere de campos de batalla a los campos de fútbol), pero no remediarlo ni, menos aún, exorcizarlo”. “Ese animal vive aguardando su momento, preparado para borrar la terriblemente fina capa de decoro convencional que nos recubre y que está ahí para esconder esa parte tan poco atractiva de nosotros, que no para reprimir y contener lo siniestro y lo sangriento”.
Bauman abunda diciendo que “Lo que hemos comprendido es que, en vez de aspirar a esa batalla que lo decidirá todo en ultima y victoriosa instancia entre calma (por un lado) y violencia (por el otro), lo que tenemos es que prepararnos más bien para una sucesión infinitamente larga de acciones proactivas neutralizadoras”. “Parece que nos estamos haciendo a la idea de la posibilidad de una guerra hasta la extenuación, continua y nunca decisiva, entre una violencia buena (desplegada en nombre de la ley y el orden, comoquiera que los definamos) y una violencia mala (perpetrada con el fin de debilitar, quebrar e incapacitar la versión actual de la ley y el orden, pero que es mala también porque tienta insidiosamente a las fuerzas de la violencia buena para que adopten los instrumentos y las estrategias de su enemiga). Por todo esto Bauman apunta que, “No nos queda más remedio que clasificar la utopía de un mundo sin violencia como una de las ideas hermosas, pero, por desgracia, también una de las más inalcanzables.
¿Cómo explicar el poco previsto (aunque no por ello menos radical y trascendental) giro en el modo en que tendemos a concebir el fenómeno de la violencia? ¿Podríamos entonces considerar ese estallido de violencia altamente visible y palpable un efecto de la transformación de las fronteras por los actuales procesos de la globalización? ¿Acaso el giro en nuestro modo de pensar puede entenderse mejor como como un efecto derivado del cambio en la practica de unos Estados que han abandonado la realidad—aunque no lo han reconocido explícitamente así—su anterior aspiración a ejercer el monopolio sobre los medios coercitivos y sobre la aplicación de la coerción. O a lo mejor, el derecho a trazar la línea de separación entre la coerción legitima (es decir, la que ayuda a la preservación del orden) y la ilegitima (la que provoca la alteración o el socavamiento de ese orden), que antes se creía prerrogativa de unos agentes muy selectos e inequívocamente establecidos, se ha sumado a la imparable creciente lista de temas esencialmente controvertidos.
Eamonn Kelly dice al respecto que “Nuestra trágica especie, condenada por su propia arrogancia y sus constantes e insatisfechos esfuerzos, está a punto de recoger la cosecha catastrófica que ha estado sembrando ciegamente durante siglos. Por culpa de nuestra sed de consumir y prosperar, hemos hecho grandes estragos económicos en el medio ambiente y las sociedades humanas. Los valores basados que hemos adoptado han permitido que compañías amorales marquen la pauta de nuestro tiempo. Nos hemos dejado llevar por una medida simplista del progreso que pone demasiado énfasis en lo material y niega lo espiritual y lo humano. Hemos permitido que se ahonde aceleradamente el abismo entre ricos y pobres”. Por todo esto es importante que las sociedades se preparen y concentren en resolver los temas esenciales de la equidad, la transición y el desarrollo sostenible. Gracias