La verdad siempre sale a la luz a su propia velocidad.
Por: Angulo Torres Melchisedech.
No todos andamos por ahí en la vida sin perder oportunidad alguna para comprobar cuestión cualesquiera; esa es una vocación más para opinólogos y todólogos, para aquellas personas que bien podrían ser diagnosticadas con cierto “complejo de Quetzalcóatl”. Lo que procuramos más bien es, aplicar mecanismos de defensa y a la inversa.
Nada puede sostenerse, ni siquiera algo que es cierto, o verdadero, pero tampoco sirve de mucho, ni es suficiente afirmar de un modo radical que “todo es mentira”, ya que en esta circunstancia (parafraseando a Hannah Arendt), cabría decir que donde todo es mentira, nada lo es, esto quiere decir, que, donde todos somos culpables nadie lo es.
La naturaleza jurídica de los derechos humanos define al individuo como el bien jurídicamente tutelado. Y en este aspecto se puede hablar de algunas contradicciones, controversias, lagunas. El hecho es que no se trata tanto del problema del encierro, como el de vivir en medio de una amenaza, siempre, desde que nacemos y hasta nuestros renacimientos, habidos y por haber.
Es correcto que la Soberanía recae en la nación; ello implica, a saber, se supone que no puede haber un poder por encima del poder establecido, ahora bien, la ley funciona como una suerte de amenaza cuando dicta qué ocurre en caso de que se cometa una falta y en ningún momento reconoce una acción apropiada, prudente, guiada por la moral, si se quiere ver así.
No sólo se trata de utilizar recursos para la persuasión, pues la mejor maquinaria electoral es un buen desempeño, realizar un buen trabajo en el cargo. Es verdad que los recursos son limitados y ahí existen maestros del despiste, que no someten a la voluntad de una mayoría, concreta, las verdaderas prioridades para una efectiva solución de conflictos y precisamente, materializar la democracia.
El legislador pareciera que piensa en el porvenir, y llega a cometer el error de hacerlo en el suyo- propio, ya sea en lo particular y en lo general, como de lo general a lo más general; pues a veces no somos consientes de los daños colaterales que podemos provocar con tan sólo una de nuestras acciones, dijeran por ahí, no fríamente calculada.